PRACTICAS DEL LENGUAJE Lunes 3/5/2021
Cuentos con sapos
Hoy te propongo que comencemos por leer el cuento “SAPO VERDE” de una autora argentina que se llama Graciela Montes ¿La conoces? ¿Leíste alguna vez un cuento o una poesía de ella?. El cuento que vamos a leer pertenece a este libro, mira la tapa: Mira con atención la tapa del
libro, antes de leer el cuento responde en forma oral:
¿Cómo se llama el cuento que vamos
a leer?
¿Por qué te parece que el cuento se
llama así?
¿Qué ves en la imagen?
¿Dónde vos vivís ¿Hay sapos? ¿Viste
alguna vez un sapo? ¿Te gustan?
¿Conoces alguna otra historia de
sapos? ¿Cuál?
SAPO VERDE
Humberto estaba muy triste entre los yuyos del charco.
Ni ganas de saltar tenía. Y es que le habían contado que las mariposas del
Jazmín de Enfrente andaban diciendo que él era sapo feúcho, feísimo y refeo.
—Feúcho puede ser —dijo, mirándose en el agua oscura—, pero tanto como refeo...
Para mí que exageran... Los ojos un poquitito saltones, eso sí. La piel un poco
gruesa, eso también. Pero ¡qué sonrisa!
Y después de mirarse un rato le comentó a una mosca curiosa pero prudente que
andaba dándole vueltas sin acercarse demasiado:
—Lo que a mí me faltan son colores. ¿No te parece? Verde, verde, todo verde.
Porque pensándolo bien, si tuviese colores sería igualito, igualito a las
mariposas.
La mosca, por las dudas, no hizo ningún comentario.
Y Humberto se puso la boina y salió corriendo a buscar colores al Almacén de
los Bichos.
Timoteo, uno de los ratones más atentos que se vieron nunca, lo recibió, como
siempre, con muchas palabras:
—¿Qué lo trae por aquí, Humberto? ¿Anda buscando fosforitos para cantar de
noche? A propósito, tengo una boina a cuadros que le va a venir de perlas.
—Nada de eso, Timoteo. Ando necesitando colores.
—¿Piensa pintar la casa?
—Usted ni se imagina, Timoteo, ni se imagina.
Y Humberto se llevó el azul, el amarillo, el colorado, el fucsia y el
anaranjado. El verde no, porque ¿para qué puede querer más verde un sapo verde?
En cuanto llegó al charco se sacó la boina, se preparó un pincel con pastos
secos y empezó: una pata azul, la otra anaranjada, una mancha amarilla en la
cabeza, una estrellita colorada en el lomo, el buche fucsia. Cada tanto se
echaba una ojeadita en el espejo del charco.
Cuando terminó tenía más colorinches que la más pintona de las mariposas. Y
entonces sí que se puso contento el sapo Humberto: no le quedaba ni un cachito
de verde. ¡Igualito a las mariposas!
Tan alegre estaba y tanto saltó que las mariposas del Jazmín lo vieron y se
vinieron en bandada para el charco.
—Más que refeo. ¡Refeísimo! —dijo una de pintitas azules, tapándose los ojos
con las patas.
—¡Feón! ¡Contrafeo al resto! —terminó otra, sacudiendo las antenas con las
carcajadas.
—Además de sapo, y feo, mal vestido —dijo una de negro, muy elegante.
—Lo único que falta es que quiera volar —se burló otra desde el aire.
¡Pobre Humberto! Y él que estaba tan contento con su corbatita fucsia.
Tanta vergüenza sintió que se tiró al charco para esconderse, y se quedó un
rato largo en el fondo, mirando cómo el agua le borraba los colores.
Cuando salió todo verde, como siempre, todavía estaban las mariposas riéndose
como locas.
—¡Sa-po verde! ¡Sa-po verde!
La que no se le paraba en la cabeza le hacía cosquillas en las patas.
Pero en eso pasó una calandria, una calandria lindísima, linda con ganas, tan
requetelinda, que las mariposas se callaron para mirarla revolotear entre los
yuyos.
Al ver el charco bajó para tomar un poco de agua y peinarse las plumas con el
pico, y lo vio a Humberto en la orilla, verde, tristón y solo. Entonces dijo en
voz bien alta:
—¡Qué sapo tan buen mozo! ¡Y qué bien le sienta el verde!
Humberto le dio las gracias con su sonrisa gigante de sapo y las mariposas del
Jazmín perdieron los colores de pura vergüenza, y así anduvieron, caiduchas y
transparentes, todo el verano.
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